14 de enero

Es domingo, y a eso no hay mucho que agregarle.

Como anoche me dormí temprano, hoy me desperté alrededor de las nueve y media, sin alarma ni congestión nasal a la vista, y con bastante entusiasmo, considerando que por mi promesa del día anterior tenía casi una hora hasta La Plata, para almorzar en lo de mi mamá.

Las primeras horas del día casi me hacen creer que soy feliz y todo. Al departamento entra un sol magnífico, además lo mantengo ordenado y limpio y me paseo descalzo por el parquet tibio de una punta a la otra sin sentir que se me llenan de mugre las plantas de los pies. Pongo un disco de Fito, prendo la PlayStation y tomo mate mientras juego, hasta las 11 y media de la mañana. Después me termino de cambiar, me calzo los anteojos ahumados, me subo al auto, conecto el celular al bluetooth y le doy play a Clics modernos en Spotify. Me paso el viaje disfrutando de la velocidad, la ruta con poco tránsito por enero y pensando en cómo puede existir algo tan inmenso como Charly García, y que encima sea argentino. Elaboro la incomprobable teoría de que Charly García está infravalorado, aún en nuestro suelo. Yo digo sin pudor que es el músico más grande de todos los tiempos, al menos en lo que a rock y música contemporánea refiere. Y que si se tratara de un artista británico o yanki, nadie dudaría en darme la razón, pero como es argentino le bajamos el precio, como a todo lo nuestro.

En el almuerzo con mamá solo estamos ella y yo, así que es un almuerzo plagado de sus preguntas sobre cualquier cosa y completado por mis silencios o mis respuestas escuetas. Aún así, ella está contenta, y yo también. Pienso, en algún momento, que siempre hay que volver a las milanesas de mamá para sentirse a salvo. Después me paso el día viendo, en las redes sociales, a la gente disfrutando del calor y de piletas en quintas espectaculares a las que nadie tuvo la intención de invitarme. Igual, no me molesta tanto como parece.

Emprendo la vuelta a la tarde, apenas pasada la hora de la depresión, con la angustia creciéndome en el centro del estómago, música triste para alimentarla y un sinfín de pensamientos contradictorios sobre esta nueva vida, de extrañar y de aprender a estar solo un domingo a la tarde. De regresar al departamento vacío y de repente tan grande, y de fracasar al intentar distraerme con televisión o cualquier cosa para no acordarme de que al otro día tengo que volver a un trabajo que me deprime aún más, y por un sueldo equivalente a un trabacorbatas de lujo.

Mientras parpadeo para que se me caigan las lágrimas que me nublan la vista al volante, me pregunto cómo algo tan hermoso como el domingo a la mañana puede transformarse en algo tan espantoso como el domingo a la noche.

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