11 de enero

—A veces no sé ni para qué vengo.

—Bueno, esto es un proceso largo. No podés ver cambios de ayer para hoy.

—No, me expresé mal, perdón. Digo que no sé para qué vengo, en el sentido de que hay días que no sé de qué hablarte. Siento que todas las semanas son iguales, que no avanzo. El trabajo, Ana, que no me sale escribir, la lástima del resto. No progreso. Hablo siempre de lo mismo y nunca mejoro en nada. Debo ser tu paciente más aburrido.

Geraldine se ríe.

—Es una terapia, Federico, no venís a hacer stand up.

—Ya sé, pasa que me gusta hacer reír a los demás. Aunque tenga que contar cosas que no sean graciosas, como una desgracia, y meter un chiste en el medio me salía naturalmente, ahora no.

—Porque ahora sabés lo que son las desgracias.

—Qué se yo. Hay gente que está peor.

—¿Vos pensás que no es grave lo que te pasó? ¿O lo que te pasa?

—Sí, pero no me gusta ser el centro de atención, que todos sepan que yo, que siempre fui alegre, ahora estoy triste. Es obvio que voy a estar triste. Eso no significa que me quiera suicidar, como debe pensar medio mundo.

—¿Quién debe pensar eso?

—No sé, digo.

—¿Y por qué lo decís?

—No sé, no sé si es así. Es lo que siento. Es que todos me miran como si… Como si estuviera muerto yo. Pero todavía me emocionan las cosas, no sé cómo explicarlo. Creo que lo que pasa es que no caigo. Entonces vivo todo esto como si fuera un desafío, o una experiencia temporal. Como si Ana se hubiera ido de viaje otra vez a Estados Unidos, y solamente estuviéramos desencontrados, como aquella vez. Todos los días me despierto pensando que no pasó lo que pasó. Todos los días tienen ese rato en el que me olvido por uno, dos, quince, veinte segundos. Y parece que no pasó nada, que la otra persona está por ahí, como si simplemente no estuvieras hablando con ella porque no sé, está contestando un mensaje, o está en la habitación de al lado, o se distrajo con algo y está callada. Y pasan esos instantes, que no son más que segundos, y me acuerdo de vuelta. Y se me vuelve a partir el corazón, una y otra vez, porque por algo es una expresión tan usada: literalmente lo que siento es que se me parte el corazón. Cada vez que me olvido de que ella está muerta por un momento y de golpe parece como si todo estuviera bien, como si nunca hubiera pasado nada, como si me fuera a llamar desde cualquier rincón de la casa para preguntarme qué vamos a cenar, o para ofrecerme un mate. Y después me acuerdo otra vez… Y a veces, te juro, a veces es más triste eso que el momento en que se murió. Es como tener que enterrarla de vuelta, a cada rato. Pero también son otras cosas las que me hacen infeliz. La infelicidad y la tristeza son cosas distintas, para mí.

—¿La muerte de Ana no te hace infeliz?

—No creo. Triste, sí. Infeliz es otra cosa. Infeliz es lo que soy en el trabajo. Una sombra, un tipo apagado, que no es gracioso, que no tira un chiste, que vive nervioso, ansioso, alterado, resignado. Y no tendría que afectarme tanto. Tendría que haber aprendido con lo de Ana. Y me sigo amargando por boludeces.

—…

—Lo de Ana me hizo comprender el tiempo, ese es el tema. El concepto real del tiempo. De que hay gente que vive vidas muy cortas pero muy intensas. Y otras que viven muchos años, pero aletargados, digamos. Miserables. Como yo, que no soporto un día más trabajar de eso. Y no creo que pueda trabajar de otra cosa, es el único trabajo que tuve, lo único que sé hacer.

—Y lo hacés bien, vos de eso sos consciente. Estás en lugares importantes, y a la altura.

—Sí, pero, ¿de qué sirve hacer algo bien si no te apasiona?

—De nada, por supuesto. ¿Qué te apasiona?

—Creo que nada.

—¿Cuál sería el trabajo de tus sueños?

—Ser futbolista. Pero tengo 32 años.

—¿Algún otro, en lo que creas que podés ser bueno y que no te estés quejando cada una semana con tu analista?

—Vivir de escribir, supongo.

—¿Y qué es vivir de escribir?

—No sé. Cuentos, novelas, cosas. Eso. Que te publiquen, que te reconozcan.

—¿Te gustaría que te pare la gente por la calle, que te pidan fotos, firmar autógrafos?

—Nah… Bueno, no sé. Mal no estaría.

—Un poco sí.

—Un poco sí, capaz, pero no es el punto, es la consecuencia de.

—¿Solamente que te reconozcan públicamente significa que sos bueno en lo que hacés?

—No. Un montón de influencers, periodistas, actores, son objetivamente malos en lo que hacen y los reconocen igual. Pero si te conocen es porque algo bueno hiciste, supongo.

—¿No era que no te gustaba ser el centro de atención?

—Lo que me gustaría ser reconocido por haberle hecho sentir algo a alguien que no conozco. Hacerlo reír, hacerlo llorar, dejarle una idea de las cosas, una visión, en realidad. Porque se trata un poco de eso, estamos todos haciendo lo que podemos, tratando de entender qué es la vida y qué sentido tiene y todas esas boludeces y no pasa nada. No creo ni que tenga sentido. Y siento que para el resto es ingenuo pensar que uno puede vivir de algo artístico con un nivel de reconocimiento que le permita vivir de eso. Porque esas cosas le pasan a unos pocos. Cuando lo decís, todos te miran raro, o piensan que no hablás en serio. Pero yo pienso que, si les pasó a unos pocos, significa que puede pasarme también a mí. Que puedo ser uno de esos pocos. Yo nunca pensé que iba a enterrar al amor de toda mi vida justo antes de casarme. Eso le pasa a unos pocos. A mí me pasó.

Geraldine anota algo.

—¿Cómo venís con la escritura?

—Un poco mejor.


Son casi las doce de la noche. Abrí el otro blog recién y subí un cuento viejísimo, sobre un chico que creía que la novia de su amigo le traía mala suerte a su equipo de fútbol. Tino Pertussi le dio Me gusta casi instantáneamente. Eso llamó la atención. Es prácticamente imposible que lo haya leído completo, desde que apreté en Publicar hasta que llegó su notificación.

Deja un comentario